Cuando para la
solución de un problema se aplican por igual la ciencia moderna y la cultura
tradicional, pueden conseguirse resultados impresionantes y duraderos.
Pongamos como
ejemplo el caso de la oca, un tubérculo que constituye un alimento tradicional
y básico de 10 millones de personas que viven en los Andes. En el decenio de
1980, un estudiante postgraduado de la Universidad Nacional de San Marcos de Lima
(Perú), sirviéndose de la biotecnología del cultivo de meristemas -tejido
vegetal formado por células que se multiplican activamente- y gracias a una
pequeña beca de investigación, se propuso eliminar un virus congénito que
reducía el rendimiento del cultivo. Tomó un trozo de meristema y reprodujo una
planta entera sin virus. El rendimiento de los cultivos se duplicó.
Las medidas que
se tomaron después fueron tan importantes como el adelanto científico. En lugar
de intentar vender su variedad de "superoca" a los agricultores
pobres de los Andes, el investigador reflexionó sobre la naturaleza y los usos
de la oca en su contexto cultural. Había conseguido suprimir el virus de una
variedad, pero cada zona agroecológica tenía su propia variedad, adaptada y
seleccionada a lo largo de milenios para aclimatarse a la altitud, el clima y
el suelo de su zona y para resistir a las enfermedades y plagas locales. Lo que
es más, cada variedad se acomodaba a las necesidades y los gustos de la
comunidad que la cultivaba.
Una variedad
única de "superoca" no prosperaría en cualquier sitio. La acertada
solución del investigador consistió en recoger variedades de zonas diferentes,
desarrollar versiones sin virus en el laboratorio y devolver cada una de esas
variedades a su lugar de origen. Dado que normalmente las familias campesinas
no vendían ese cultivo sino que lo destinaban a su consumo o lo intercambiaban
con vecinos de la zona, esta estrategia supuso una forma concreta y económica
de reducir la pobreza y mejorar la seguridad alimentaría.
www.fao.org
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